La reina Isabel II buscando posada
Minisainete
Original de: Luis E. Marval Hidalgo
Obra en un acto que demuestra que afanarse en atesorar no sirve para nada en la otra vida o que a todo cochino le toca su sábado.
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La escena transcurre de madrugada, en una
posada humilde ubicada en Tucacas, estado Falcón, en una calle solitaria con
iluminación débil. Un letrero luminoso de neón, al que le faltan
letras, anuncia el nombre de la posada. Una Recepción pequeña está
en la entrada de la posada. Hay una mesita, dos butacas y un sofá desvencijado.Todos duermen. El silencio es roto con la llegada de la reina Isabel II de Inglaterra, su séquito y sus perros corgi.
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PERSONAJES
REINA ISABEL II DE
INGLATERRA
OLEGARIO BARAZARTE, El
POSADERO
INQUILINO EN
PIJAMA
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ACTO ÚNICO
Tras la conclusión inesperada de su reinado, el
espíritu de la reina Isabel II DE INGLATERRA VA, avanzada la noche, caminando con su séquito
real y perros corgi en búsqueda del hotel destinado a la realeza PARA casos COMO EL DE ELLA. SuS LACAYOS llevaN su preciado ajuar real.
Se dirige hacia una posada, cuyo aviso de neón tiene algunas letras corpóreas
caídas y el resto pésimamente iluminadas. Llega a la puerta enrejada que
protege a la puerta principal de madera de la ESTANCIA, ambas ESTÁN cerradas. LA REINA ISABEL II toca el
timbre, espera unos instantes y al no recibir respuesta, llama con la voz.
—Tun-tun
—dice rompiendo el silencio de la noche.
NADIE RESPONDE. LOS CORGI COMIENZAN A LADRAR. LA REINA INSISTE EN TOCAR EL TIMBRE Y LLAMAR A VIVA VOZ A LA VEZ.
—Tun-tun
—insiste la reina con voz tranquila.
TRAS VARIOS INTENTOS INFRUCTUOSOS RECIBE RESPUESTA.
—¿Quién es? —se escucha que pregunta una voz masculina desde el interior de la posada.
—Gente
de paz —responde Isabel II.
(OLEGARIO, ENTREABRIENDO
LA PUERTA DE MADERA, GRITA) —Tamos
completos, no hay habitaciones.
—Abra,
que soy la Reina.
—(BURLÓN)
Y yo Salomón... (SERIO) ¡Váyase váyase!, no me haga perder el tiempo a estas
horas de la noche; (REFLEXIVO) con lo sabroso que yo estaba durmiendo —responde el posadero.
—¡Pero
qué insolente! Abra, soy la reina de Reino Unido.
(OLEGARIO CONTINÚA TRAS LA REJA, CON LA PUERTA DE MADERA ENTREABIERTA) —Insolente, insolvente, indolente... lo
que Ud. diga, pero no hay camas disponibles —insiste el posadero.
—Sepa
usted que yo tengo reservación exclusiva y acciones de acá, quizá hasta sea la
dueña de este lugar.
(ABRIENDO LA PUERTA Y LA REJA) —Bueno, eso cambia la cosa. Si usted es la dueña, aprovecho y le digo que mi nombre es Olegario, y acá me hacen trabajar más horas que las establecidas en el contrato, y no me han subido el sueldo en los últimos 15 años. Aparte de eso, lamento informarle que no hay piezas disponibles, doñita, estamos full. Claro, podría dormir allí en el sofá de la recepción, pero le advierto que lo tendrá que compartir con Fido, un perro cacri realengo, quien todas las noches viene y se acuesta a dormir allí y a mí me da lástima echarlo.
—Llame
al gerente. Él buscará la solución. Y no me llame "doñita". Para usted soy Su Majestad, la reina Isabel II.
—El
gerente está durmiendo, y no le gusta que lo despierten.
—Le
exijo que le llame ahora mismo.
—¿Que YO lo llame? ¡No,
qué va-oh, paso y gano! Si quiere yo le marco el número, pero usted habla con
él, yo no, ¡la pisia!, no vaya a ser que me boten por su culpa. (OLEGARIO TOMA EL TELÉFONO INHALÁMBRICO DEL
MOSTRADOR EN LA RECEPCIÓN). Deme el número.
—¿Cuál
número?
—El
del teléfono de mi jefe, no va a ser el de la lotería.
(CONFUSA) —¿Acaso no lo tiene usted?
—(DE MANERA BURLONA) ¿Yo?,
no, ni lo necesito.
—Búsquelo.
—¿Qué
quiere que busque, al número de teléfono o al jefe?
—A
su jefe, al supervisor... como sea, pero búsquelo inmediatamente.
—No
sé dónde vive.
—¿No
está acá?
—No. ¿De dónde inventó que él está aquí? Ese está durmiendo empiernao en la casa de la nueva novia, una morena de Chichiriviche que tiene un cu… —HACE UN GESTO CON AMBAS MANOS SEPARADAS, INDICANDO UN GRAN TAMAÑO, PERO MIRA A LA REINA QUIEN HA FRUNCIDO EL CEÑO, Y APENADO SE DETIENE, RECAPACITA Y CORRIGE LO QUE IBA A DECIR— un cul…un cuerpazo que hace que a un bizco se le enderecen los ojos, y que se alojó la semana pasada completica acá. Bueno, yo también me volvería loco con unas caderotas así.
—¡Es
insólito lo que usted dice! ¿Quién está encargado de este recinto?
—Yo,
y ya le dije que no hay cama, ni pieza disponible por hoy. Venga mañana en la
tarde, como a eso de las 2 p.m., y pregunte si algún cliente se ha marchado.
—Yo
tengo reservación y soy la Reina. De acá no me voy hasta que no me busque una
habitación que esté a mi altura.
—Si
es por su altura, entonces, de una vez le digo que acá no tenemos habitaciones
para personas chiquitajas como usted.
—¡Grosero!
—Disculpe, mi reina, aunque le cuento que lo primero que me vino a la mente fue decirle
"enana", pero como usted se parece a Berenice, la cocinera de las
mañanas, preferí llamarla como el carnicero Juvenal, el español, la llama a ella: "Chiquitaja",
que es más cariñoso.
—No
me dirija más la palabra, ¡plebeyo!, y busque al encargado.
—Aclárese, doñita, digo, señora, es usted quien ha estado buscándome conversación desde que llegó, ¿quién la entiende? Yo estaba durmiendo tranquilito cuando usted llegó —con sus perros ladrando— tumbando la puerta con el timbre y gritando. (CONTEMPLANDO EL EQUIPAJE DE ISABEL II) ¡Madre mía!, ¿cuántas maletas trae usted, señora?
—Las
de mi ajuar, las usuales, no las he contado.
—¡Pero
usted tiene más ropa que Macy’s!, (vi en la tele que era una tienda
vergataria de grande). (SEÑALANDO UNAS CAJAS) ¿Y esas cajas?
—Mis
sombreros.
(ASOMBRADO) —¿Ese
pocotón de cajas son solo de sombreros!
—Sí.
—(SILBA)
¡Fuio! ¡Na guará!, ¿cuántos son?
—Los
usados, como 5000; los de estreno no sé.
—Pero
misia, ahí hay sombreros para los próximos 100 concursos de Miss Venezuela... y sobran. ¿Por
qué tiene tantos?
—Solo
los uso una vez. Es por medidas de seguridad. Y no soy "misia".
—¡Una
sola vez?, ¿en serio se los pone una vez y no los vuelve a usar?... tamaño
desperdicio.... Con lo caro que es un sombrero y usted se los cambia más rápido
que cambiar de pantaletas.
—¡Qué
vulgar!
—Pantaletas,
bragas, pantis..., como las llame, al final todas güelen igual.
—Pero, cállese, ¿qué sandeces dice!
—Yo, que las he quitado y olido, se lo puedo garantizar: todas güelen a gloria, me refiero a eso que los curas llaman la gloria, no a Gloria, mi amiga, la que emigró a Atlanta, pero que supongo que las de ella también güelen bien. Y por cierto, ¿ese container rojo de allá afuera es suyo también?
—Sí,
es mi ropa interior temporal.
—¿Un
container de pantaletas! Pero señora, esto es una humilde posada, y de
dos estrellas (una de ellas emprestada, por cierto), esto no es el Hilton o el estadio Maracaná, que son mollejúos de grandes, aunque creo
que ni allí la dejen entrar con un container y los sombreros, porque—
(ISABEL II INTERRUMPE A OLEGARIO) —¿Posada? ¿Esto no es El Rizo? —pregunta Isabel II.
—¿Se
refiere al burdel Rizo, el que regentaba Máryori, la Pelúa? No, misia,
se equivocó. Ese negocio estaba en la esquina, y digo "estaba" porque
lo cerraron hace varios años, cuando Máryori se casó con un conde ruso tras
convencerle que ella era más virgen que la Virgen María, y el ruso se tragó
completico el cuento. Unos días antes del casorio, Máryori dio una fiesta de despedida, bueno
no fue una fiesta propiamente dicha, fue un fiestón de despedida que duró una
semana y con servicios gratiñán a todos sus clientes. Las calles de Tucacas estuvieron
vacías esas noches. No había ladrones, ni policías, ni bomberos, ni curas, ni
siquiera almas en pena deambulando y asustando: todos estaban donde Máryori,
que era muy querida por todos en el pueblo. Yo también fui dos noches, y me dieron mi vaina gratis.
—¡Basta!
No quiero oír sus historias. Le pregunté por el Rizo, el Hotel Rizo, lugar de
aposento exclusivo para la realeza y nobles, no por una casa de lenocinio de
mala muerte.
—No,
señora Su Majesticia, eso no era ninguna casa de ningún fulano llamado Lenocinio —que no sé ni quién es—, era una casa de putas.
—¡Cuánta
ordinariez! Modere su lenguaje, se lo ordeno. Le pregunté si esto no es el Hotel
Rizo, el de la realeza, porque afuera el anuncio luminoso lo indica.
—No se confíe del aviso, Señora Majestuosa: hace años que algunas letras del aviso se cayeron y el pichirre del dueño lo dejó así. Esto es la Posada Chorizo, claro, pero en el aviso se lee solo "Rizo", porque faltan las letras “Cho” del comienzo. Bueno, y volviendo a lo del burdel de Máryori, le cuento que ese era lo mejorcito de por acá en el pueblo; ahora no hay ni uno, qué lástima: todas sus trabajadoras emigraron. Y ahora que lo menciono, le dije que no hay habitaciones y que este no es el Hotel Rizo que usted busca, sino la Posada Chorizo, así que, aclarado todo, se puede marchar y yo puedo seguir durmiendo.
—No
me iré. Haga salir a todos. Me hospedaré acá.
—¿Quééé!
¿Que saque a los inquilinos, y a esta hora, y solo para alojarla a usted? Ahora
sí que la gata se subió a la batea: una chiflada… ¿No será una cámara
escondida, verdad? (MIRA HACIA LA IQUIERDA Y DERECHA PARA VERIFICAR).
—Soy
Isabel II, reina de Escocia, Inglaterra, Irlanda del Norte y de la Commonwealth, y se lo exijo.
—Y
yo soy Olegario Barazarte, el encargado de la posada Chorizo sin “Cho” en el
letrero, y por las buenas soy bueno, pero por las malas…, ¡ay!, doñita, mejor
no me busque. Usted lo que quiere es armar un zaperoco aquí, pero no la voy a
dejar, porque primero muerto antes que botado por negligencia, así que me va
haciendo el favor y agarra su cachachás y se me va ya o llamo a la policía.
—¡Llámela!
—dice elevando la nariz— y quien tendrá que irse será usted, se lo garantizo.
El comandante de Scotland Yard es súbdito mío.
—Me
importa un comino, vieja loca, tanto usted como el comandante ese que mencionó con nombre
de whisky. Ya le dije que agarre sus peroles, su ropa, su pocotón de sombreros
y pantaletas y se me va o yo mismo la saco a escobazo limpio de esta posada.
—¡No
se atreverá!
—¿Qué
no? Ya lo verá (VA ENÉRGICO HACIA EL INTERIOR DE LA POSADA A BUSCAR UNA ESCOBA).
LA REINA, DUBITATIVA, SALE PRESUROSA DE LA POSADA Y JURA QUE JAMÁS LA VOLVERÁ A PISAR. PROSIGUE SU CAMINO BUSCANDO EN TUCACAS EL HOGAR DE DESCANSO Y RETIRO ETERNO DE LA REALEZA. TRAS ELLA, VA LA PROCESIÓN DE BAÚLES, MALETAS, CAJAS, CONTAINERS, PERSONAL DE SERVICIO Y SUS AMADOS PERROS CORGI.
(OLEGARIO REGRESA A LA RECEPCIÓN, ESCOBA EN MANO, Y NO VE A LA REINA. UN INQUILINO EN PIJAMA SALE)
—¿Qué sucede? ¿Cuál es la gritadera?
¿Ocurrió algo, Olegario? —pregunta el empijamado.
—Nada,
señor Ramón: una loca con un montón de cajas quiso entrar a la fuerza, decía que ella era la
reina de no sé dónde y la dueña de esta posada. Imagínese, traía más de 5000
cajas que ella afirmaba eran las de sus sombreros, un container de ropa
íntima, y como cuatro o cinco más que no sé de qué, porque no le pregunté, ¡ah!
y tenía un pocotón de perros chirriquiticos. Hay que ser bien tonto para creer
un cuento así: que ella era la Reina, pero a mí no me engañó. Yo creo que era
una broma de alguien, porque es imposible que alguien tenga tanta ropa,
sombreros, corotos y perros (un container de pantaletas, ¿me creería
usted?). Le dije “cuento tres y llevo dos” para que se fuera. Como vio que yo
hablaba en serio, dio media vuelta y se fue con su atajo de peroles y perros.
Váyase a dormir tranquilo, que esa loca no vuelve por acá, se lo garantizo o
dejo de llamarme Olegario. Vaya vaya y acuéstese.
—Buenas
noches.
—Buenas
noches.
(OLEGARIO APAGA LA LUZ DE LA RECEPCIÓN Y SE RETIRA A DORMIR. A LO LEJOS COMIENZAN A ESCUCHARSE LADRIDOS DE PERROS ALBOROTADOS Y UNA VOZ MASCULINA SOBRESALIENDO):
—¡¿Qué
usted es la reina de dónde?!
FIN
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