Dicen que el autoproclamado comandante general de las tropas realistas falleció porque su caballo, Urogallo, se le encabritó en plena batalla y la ocasión fue aprovechada por un hasta hoy desconocido soldado del bando republicano para enviarlo al más allá de un lanzazo con un boleto de ida sin retorno.
Bolívar suspiró aliviado tras conocer la noticia; tal era el temor que infundía el asturiano establecido en Calabozo.
Así pues, se salvaron Caracas y los señoritos caraqueños (y más de un oficial del ejército republicano) de que el temible Boves
los degollara y empalara, a lo cual el pulpero le había agarrado el gustico, o como
hizo con el coronel Pedro Aldao, a quien tras derrotarlo en batalla le cortó
la cabeza y la exhibió en una pica.
Sin lugar a dudas, el fallecimiento trágico del ovetense Boves
en Urica fue aplaudido por el bando republicano, pese a que quienes le reemplazaron
en el mando de sus huestes, el comandante Francisco Morales y luego el mariscal
de campo español Pablo Morillo, no eran precisamente unos santicos.
Lo cierto es que a partir de esa batalla los españoles
perdieron no solo a uno de sus más sanguinarios lugartenientes en tierra
venezolana —al único que los próceres nuestros le tuvieron culillo de verdad—
sino que comenzó la seguidilla de derrotas españolas que les hizo al final
decirnos: "Boto tierrita y no juego más", concluyendo el dominio
español en esta Tierra de Gracia.
Viendo la cosa en retrospectiva, gracias a esa encabritada
histórica de Urogallo, los venezolanos no tenemos hoy día pasaporte español, o
de la Unión Europea (si lo extendiésemos). Quizá hoy día cobraríamos en euros,
comeríamos cosas espantosas como jamón serrano, queso manchego, fuet,
butifarra, pulpo a la gallega, vinos tintos y cava. Quizás tuviésemos estatus
de ciudadanos de país importante del planeta con respeto a las leyes y
ciudadanos, o contásemos con un sistema de transporte de trenes de alta
velocidad, hoteles, vialidad y turismo de primer nivel, quizá también
tendríamos que vivir en calles limpias, respetando las leyes, con poderes del Estado independientes y disfrutaríamos
ajuro de una pensión decente tras la jubilación. Eso —de solo imaginarlo— me da
escalofríos. Menos mal que se encabritó el caballo Urogallo y nos libró de
vivir una pesadilla así.
Luis E. Marval H.
5-12-2016
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