Tal día como hoy, 5 de diciembre, pero de 1814, en la
Batalla de Urica, murió lanceado José Tomás Boves, el pulpero de
Calabozo. Eran los tiempos de la guerra de independencia venezolana.
Dicen que
el autoproclamado comandante general de las tropas realistas falleció porque su
caballo, Urogallo, se le encabritó en plena batalla y la ocasión fue
aprovechada por un hasta hoy desconocido soldado del bando republicano para
enviarlo al más allá de un lanzazo con un boleto de ida sin retorno. Alguien
por allí escribió que el lanzazo fue del coronel Zaraza, enemigo jurado de
Boves y comandante de una columna de caballería patriota. Sea quien haya sido
el autor, lo cierto es que aquel día la Parca le dijo a José Tomás: "Mi
pana, hasta aquí te trajo el río".
La batalla
fue un desastre para los patriotas, quienes en su mayoría quedaron acuchillados
en el terreno, pero Bolívar suspiró aliviado tras conocer la noticia de lo
ocurrido a Boves; tal era el temor que infundía el asturiano establecido en
Calabozo.
Así pues, se
salvaron Caracas y los señoritos caraqueños (y más de un oficial del ejército
republicano) de que el temible Boves los degollara y empalara, a lo cual el
pulpero le había agarrado el gustico, o como hizo con el coronel Pedro Aldao, a
quien tras derrotarlo en una batalla le cortó la cabeza y la exhibió en una
pica.
Sin lugar
a dudas, el fallecimiento trágico del ovetense Boves en Urica fue aplaudido por
el bando republicano, pese a que quienes le reemplazaron en el mando de sus
huestes, el comandante Francisco Morales y luego el mariscal de campo español
Pablo Morillo, no eran precisamente unos santicos ni candidatos a canonización.
Lo cierto
es que a partir de esa batalla los españoles y quienes apoyaban al rey en
tierra venezolana perdieron no solo a uno de sus más sanguinarios
lugartenientes por estas calles —al único a quien nuestros próceres le tuvieron
culillo de verdad, tanto que de solo oír pronunciar su nombre, Boves, les daban
ganas de ir corriendo al baño—, sino que comenzó la seguidilla de derrotas
españolas que les hizo al final dejarnos en paz y decirnos: "Boto tierrita
y no juego más", concluyendo el dominio español en esta llamada Tierra de
Gracia.
Viendo la
cosa en retrospectiva, gracias a esa encabritada histórica de Urogallo,
los venezolanos no tenemos hoy día pasaporte español, o de la Unión Europea (si
lo extendiésemos). Quizá hoy día cobraríamos en euros, comeríamos cosas
espantosas como jamón serrano, queso manchego, fuet, butifarra, pulpo a la
gallega, vinos tintos de Ribera del Duero, Rioja y cava catalana. Quizás
tuviésemos estatus de ciudadanos de país importante del planeta con respeto a
las leyes y ciudadanos, o contásemos con un sistema de transporte de trenes de
alta velocidad, hoteles, vialidad y turismo de primer nivel. Quizá también
tendríamos que vivir en calles limpias, respetando las leyes democráticas, con
poderes del Estado independientes y disfrutaríamos ajuro de una pensión decente
tras la jubilación. Eso —de solo imaginarlo— me da escalofríos. Menos mal que
se encabritó el caballo Urogallo y nos libró de vivir una pesadilla así.
Luis E. Marval H.
5-12-2016
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