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CARTAS A LA MADRINA. DIARIO DE GUERRA, NAVIDAD Y COMPARSA




Querida Madrina:

 Bendición. 

Te escribo esta carta en medio de fuertes e importantes eventos nacionales e internacionales que me mantienen muy ocupado.

Todo se inició cuando el presidente Trump envió unos barquitos al mar Caribe para interceptar y destruir las llamadas narcolanchas que salen desde Venezuela con cargamento de drogas rumbo a los EE. UU..  Aunado a ello, declararon al presidente venezolano, Maduro, como el jefe líder de esa operación de narcotráfico y aumentaron la recompensa por su captura a cincuenta millones de dólares.  Sí, Madrina, leíste bien, cincuenta milloncejos, más plata que la ofrecida por el terrorista Bin Laden; ¡cuánto orgullo nos da!, eso es un pocotón de rial reconociendo los méritos y virtudes de un venezolano, pese a que presumo que más de uno del séquito o de lo que llaman los anillos de seguridad de Maduro lo debe estar pensando y, por su parte, el presidente y la banda involucrada deben estar preocupados o al menos eso haría yo estando en su pellejo. Ese anuncio produjo un inmediato alboroto de avispero en Miraflores, y en los pasillos comenzaron a cantar el tema popular infantil El Barquito:

 

"Había una vez un barquito chiquitico (BIS)

Había una vez un barquito chiquitico

que no podía, que no podía navegar". 

 

En realidad, las noticias que se filtraban desde el Palacio Blanco informaban que allí estaban chorreados de miedo (los mal hablados decían otra cosa fea, Madrina), por lo cual, para protegerse —tanto Maduro como sus ministros (muchos de estos también con su cartelito de SE BUSCA)— inventaron una inminente, pero falsa, invasión gringa a Venezuela, e hicieron un llamado colectivo a alistarse para defender a la patria. Dijeron que acudieron más de ocho millones de voluntarios a esa convocatoria, pero, Madrina, eso no lo tienen ni lo han tenido en votos en 25 años que llevan mandando y —por otro lado— tú caminabas ese día por los centros de alistamiento y solo veías a cuatro gatos con cara de sueño vestidos de milicianos jugando dominó. De fondo musical tenían a Emilio Arvelo cantando Soledad:

 

"Soledad, soledad  y tristeza

y unas ganas inmensas

de ponerme a llorar".

 

Pero de la nada, Madrina, aparecieron en la tele y en cadena nacional unos viejitos con traje militar y un sombrero que les quedaban grandes —porque muchos estaban famélicos— corriendo portando un máuser oxidado que apuntaban al cielo  como si estuvieran en una guerra de verdad.  Eran los milicianos, a los cuales de manera despectiva y burlista los llamaron los "mil y un ancianos". Aunque estos milicianos  marchando y en actitud de combate (?) parecían más una comparsa de los años sesenta del Carnaval de Oriente y no un cuerpo serio de militares dispuestos a inmolarse por el país, al verlos yo me alisté atendiendo el "llamado de la Patria". 

Mi entrenamiento es inolvidable. Fue horrible.

El primer día llegué de madrugada, bañaíto y perfumado, y estuvimos escuchando de pie en el patio de la Escuela Militar en Caracas las arengas de varios ministros disfrazados como si estuvieran en la Guerra de Vietnam. También aprendimos de varios sargentos  el lenguaje militar así como también qué significan sus órdenes, por ejemplo: "¡Al hombrooo, arr!" significa colocar sobre el hombro el fusil, y no echárselas (las bolas) al hombro —como muchos pensaban, y "¡A discreee-ciónnn!" no es pedirle la bendición al sargento, sino que tienes la libertad para correr y salvar el pellejo, (una manera técnica para no decir "paticas pa qué te tengo" que solo los civiles usan) o disparar (¡Fuego a discreción!) o rendirte.

Pasé hambre hereje y cogí una insolación como nunca antes en mi vida, Madrina, y de ñapa me dio diarrea por la guarnición que nos trajeron (lo veintiúnico que comimos ese día): un pan untado con algo indefinible que de primera parecía Diablitos Underwood®, y que en verdad sabía a diablitos, y un jugo de patilla con sabor ácido. Al día siguiente yo quería reportarme como indispuesto por razones de fuerza mayor, pero nos habían ofrecido doble bolsa CLAP si íbamos, así que me puse un Pamper Mayorcitos® y me fui a mi segundo día de entrenamiento militar. No pude bañarme ni lavar el uniforme porque habían cortado el agua en el barrio. 

Dicho entrenamiento esta vez contempló el uso de un arma de fuego, algo que mentaban Kalashnikov, que, a según, es un rifle de asalto usado por el ejército ruso, pero, Madrina, te mentiría si te dijese que sé cómo es el fulano fusil, porque solo había uno y lo tenían muy lejos de la fila donde yo estaba. Bueno, también los ministros y militares de alto rango portaban esos y otros fusiles bien raros, pero estos personajes estaban en el Salón de Oficiales hablando de estrategias militares con unas chicas mientras comían y bebían whisky escocés (no sé de dónde lo obtuvieron si tenemos bloqueo de los gringos) y que ellos llamaban Sala Situacional. A nosotros nos dieron un palo de escoba para que practicáramos y unas castañuelas para simular el repiqueteo de las balas. Una señora miliciana a mi lado, Scarleth Trillo,  en un momento de emoción e insolada, al escuchar el repicar de las castañuelas, empezó a bailar sevillanas y a cantar: "¡Ay, me va, me va, me va, me va me va/ me va la vida...!" e intercalaba un "¡Aja, toro, aja torito!", y se la llevaron presa, acusada de infiltrada opositora y espía gringa. Lo cierto es que yo todavía no sé cómo se dispara un arma de fuego, pero barriendo, Madrina, soy una fiera, y ni te cuento cuán hábil soy repicando las castañuelas. En este entrenamiento caminamos 70 km; brincamos cercas de alambres de púas (donde más de uno se hincó en zonas de su cuerpo delicadas); hicimos saltos de rana; practicamos tanto la forma correcta de caer cuando usas un paracaídas como los movimientos tácticos a ejecutar ante una invasión aérea y montamos en burrito sabanero. De guarnición tuvimos de nuevo el sándwich untado con algo, creo que Cheez Whiz®, y un jugo que creo que era de fresa.

Llegué mamado y hambriento a mi casa. Observé que el pantalón me quedaba algo flojo. Esa noche tuve de nuevo diarrea. Por suerte, una vecina me obsequió unos Mayorcitos Pampers® que le sobraron del último nieto que tuvo.

Me di cuenta de que me desvié de mi conversación, discúlpame, Madrina.

Seguíamos sin agua en el barrio, por lo cual no pude lavar la ropa y, pese a ello, la mañana siguiente me canché mi uniforme de reglamento y asistí al entrenamiento. Cada vez éramos menos. Yo con mis Mayorcitos® sospechaba cuál podía ser la causa… Ese día nos dieron instrucción teórica de la Guerra Asimétrica, la Guerra de Guerrillas, la Guerra de Troya y la Guerra de los Uber. Luego fuimos a la práctica, esta vez con fuego de verdad verdad, aunque no duró mucho, porque solo hicieron un disparo de cañón —que nos tomó por sorpresa— e inmediatamente una miliciana a mi lado, Paola Ferro, se desmayó del susto, otros comenzaron a temblar y se orinaron sobre el uniforme, otros más allaíta —con brazos en alto— comenzaron a gritar: "¡Me rindo, me rindo!", mientras que a la mayoría de la tropa se les subió la tensión arterial y tuvieron que darles de baja, no sin antes otorgarles una condecoración por "distinción en combate". A quienes se rindieron les dieron baja deshonrosa y los ficharon como posibles conspiradores de la oposición. Quedamos muy pocos de pie en el patio militar, Madrina, y lo único bueno fue que nos dieron triple ración de sánguches ya que con tantas ausencias estaba sobrando comida. Esta vez me harté hasta más no poder de sánguches de mortadela y jugos que parecían de melón, aunque con color de tamarindo.

Esa madrugada de nuevo tuve diarrea. Observé que me quedaba flojo el Mayorcitos®, Madrina, y comencé a preocuparme. Tampoco pude esa noche lavar la ropa, uniforme incluido. Cero agua. 

El siguiente día de entrenamiento fue extraño. Después del llamado a defender al suelo patrio contra la invasión gringa, que nadie ha visto aún, ni sucederá, fuimos informados de que para mantener nuestro ánimo y cohesión cívico-militar habían decretado el inicio de la Navidad el 1° de octubre. La orden era que debíamos dar muestras de entusiasmo y júbilo y celebrar la llegada del Niño Jesús desde ya. Esto me confundió sobremanera: Navidad o guerra contra el invasor o ambas dos juntas…; no sabía ni qué ropa debía usar. Estuvimos en el patio de la Escuela Militar e hicimos un plantón de varias horas esperando que llegara un general que nunca llegó porque estaba enviando a su familia fuera del país. A un amigo miliciano, Rupertino Guédez, se lo llevaron preso porque se presentó a la parada militar vestido con el uniforme de miliciano y el clásico gorrito de Santa Claus rojiblanco que hasta lucecitas tenía. Al vernos, echó al aire serpentinas al grito de ¡Feliz Navidad! Y en verdad que todos estábamos confundidos, porque no sabíamos qué hacer: si celebrar la Navidad con aguinaldos y hallacas o enfrentarnos, pecho en tierra, en un mortífero combate contra el ejército gringo fantasma que venía en los barquitos chiquiticos. Pobre Rupertino, lo comprendo y aún recuerdo su rostro de pánico mientras le daban planazos y gritaba: "Pero, ¿quién los entiende?". Y es cierto, Madrina, en verdad no nos aclararon qué íbamos a hacer y tampoco nos dieron hallacas, sino la misma guarnición de sándwich de jamón y salsa extraña y un vaso de —creo que— avena que tenía proteína alada flotando en su superficie y la cual esta vez no quise tomar. En su defecto me tomé un guarapo de —creo que  café que tenían en unos termos un poquito sucios.  Al final del día nos preguntábamos ¿si la Navidad es en octubre, entonces el Año Nuevo es en noviembre? Dado el agotamiento físico que teníamos no quisimos exponer la duda al sargento.

Esa noche, otra vez, diarrea.

Operación Pampers Mayorcitos® y de nuevo al entrenamiento, esta vez a orilla del mar. Acá hacía un día precioso, con una pepa de sol y ninguna nube asomada ni siquiera por error. Día lindo para estar bañándose y tomándose una cervecita o una bebida bien fría, pero no para estar de pie todo el santo día, sudando como tapa de sancocho, enfundado en el traje militar, con el palo de escoba al hombro, las castañuelas redoblando y el estómago rugiendo. Al menos nos trajeron unos tostones full de repollo, arena y salsas kétchup y mayonesa, los cuales comimos desesperados como lo hacen los refugiados en las películas gringas. Una amiga miliciana, Beatriz Contreras, protestó porque mientras nosotros no hallábamos dónde protegernos del solazo, y pasando más trabajo que gata ladrona, los oficiales estaban comiendo una sopa de mariscos, pastel de chucho, ensalada margariteña y cervezas frías dentro de un restaurante con aire acondicionado, y  se la llevaron presa acusada de instigación al odio e irrespeto a la autoridad.  Yo  por si acaso  me comí mis dos tostones arenosos sin decir nada. Esa madrugada de nuevo tuve que usar Pampers Mayorcitos®, que ya me quedan requetegrandes, Madrina, porque he bajado mucho de peso, y a los cuales me hubiese acostumbrado de no ser porque no nos permitían ir al baño durante el entrenamiento, así que no me lo podía cambiar en todo el día. Un solo Pampers® para todo el día… En la formación hablamos en voz baja para que el sargento no nos reprenda o castigue acusándonos de conspiradores o de asociación para delinquir. En un momento en la fila —mientras yo hablaba sotto voce con mi amigo Jonás— un oficial pasó cerca de nosotros, se detuvo de manera repentina y dijo: "Acá me güele a algo raro", y yo palidecí, porque no sabía si era que nos había escuchado hablar o que había olido mis Pampers®.

Ahora decidieron firmar el Decreto de Conmoción Externa, que es una forma de que el presidente gobierne sin pedir permiso ni rendir cuentas a nadie, y que no entendemos para qué sirve si ya lo venía haciendo así. Nos obligaron a asistir a un desfile militar vestidos de gala, en el Paseo Los Próceres, en Caracas, lo cual resultaba incomprensible dado que solo tenemos un uniforme y que ya huele a perro mojado. Era impresionante vernos allí, uniformados, en fila militar, en posición firme de "yo sí soy arrecho". Para mi tristeza, el intenso entrenamiento de días anteriores pasó factura a mi amigo y paisano miliciano, Carlos Alberto Montilla, recién llegado de Casanay, quien al vernos desfilar uniformados y ordenados frente a la tribuna presidencial tuvo un acto de enajenación mental y comenzó a gritar: "¡Aquí es, aquí es!", como si se tratase de una comparsa del Carnaval de Oriente que vivenció cuando era niño. Lo retiraron a empellones de la tribuna y le dieron baja por motivos de "estrés postraumático de combate".

Así que ahora, querida Madrina, soy un miliciano entrenado fuertemente en las artes modernas del combate militar con tecnología de palo de escoba que celebrará la Navidad durante tres o cuatro meses consecutivos a partir del 1° de octubre mientras combato rodilla en tierra a los gringos imperialistas y a los Pampers® que se me caen.

Me despido no sin antes desearte Felices Pascuas de octubre y Próspero Año Nuevo de noviembre.

 

Tu ahijado, Luis

2 de octubre de 2025


Comentarios

  1. Querido Luis me imagino que con la andancia y la cagantina se le olvidó pedirle la bendición a su madrina, me salió verso. Estoy impresionado de todo lo que me hablas por qué anoche, Baudilia la señora que trabaja en la casa puso en YouTube el programa del vagabundo ese de El Furrial y yo vi a más de uno bostezando y temblorosos así que unas mozas fueron sacando a la gente del búnker de dos en dos pa dale su pancito con jugo magico( quien adivine el sabor le dan otro jugo) Otra cosa el camarógrafo se desmayó del hambre y por equivocación mostró una pancarta que decía "Haplausos" y el público que ya había comido pudo aplaudir, pobre camarógrafo anoche se quedó sin trabajo. Pero en general y pa no extenderme más lo felicito es usted un gran escritor que ha podido plasmar con su estilo único este incordio momento de la historia cubana digo, iraní, perdón rusa perdón venezolana. Abrazo

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  2. Muchas gracias por tu comentario, estimado Carlos. Es, a todas luces, un circo, y si afirmasen lo contrario, pues, "se parece igualito", parafraseando a una amiga mía.

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  3. Tremendo escritor, te sumerges en la carta y parece que estuvieras en el sitio de los acontecimientos, siento mucho que el ahijado probablemente agarro una mega infección estomacal de tanto juguito de no se que, y esos pobres intestinos dilatados!! En fin, muy pero muy buena la carta, sin más que decir, nos despedimos de la Madrina..

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  4. Gracias, Bambina. Me halaga saber que te agradó y que pasate un rato entretenido leyendo una nueva entrega de "Cartas a la Madrina"

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