Cuarentena. El Planeta de los Perros
Cuarentena. Día 13.
Querida madrina:
Ayer —por primera vez en trece días— salí a la
calle, tras la cuarentena que padecemos por la COVID-19.
Fui al supermercado y debo contarte cosas que
erizan la piel. Conseguí un planeta diferente al que recordaba de antes de la
encerrona a la que nos sometieron por la pandemia.
No había vestigios de civilización humana,
madrina, era: El Planeta de los Perros.
Los perros, tras una rebelión liderada por su
líder, Pluto, tomaron el control de la ciudad, de la civilización, y ahora
ellos —como amos absolutos del planeta— son quienes sacan a pasear a los
humanos sobrevivientes; sus ahora mascotas.
Los pocos seres humanos que vi lucen como
autómatas. Van amarrados a la cadena o a la correa del perro, se esquivan unos
a otros y no se hablan entre sí, temerosos. Supongo que estos escasos
sobrevivientes de la raza humana que se observan circulando perdieron la capacidad
del habla.
También vi poquísimos carros y furgonetas
circulando, pero sí estaba un helicóptero circunvolando, pero seguro que es de
la empresa Skynet (la que según las películas futuristas controlará al mundo
con robots) que patrulla para liquidar al género humano rebelde que no esté
siendo controlado por los perros.
Madrina, vi mujeres sin maquillaje... ¡horribles!:
llevaban la mirada perdida, el cabello largo, descuidado, sin corte, pestañas
reales sin rímel, labios sin pintura labial. Vestían ropas que no combinaban,
tenían uñas y cutículas largas, e incluso no usaban perfume. Esas son mujeres
zombis, sobrevivientes, desquiciadas ante la imposibilidad de conseguir
manicuristas, tintes para sus cabellos, peluqueras a domicilio ni alguna peluquería
abierta. Eran autómatas con la vista perdida. Espantoso, madrina, ¡qué miedo
da verlas!
Por su parte, los hombres, eran o bien
barrigones (por la comedera durante la cuarentena) o magros, fláccidos, con
ropa que le quedaba grande e iban encadenados a los perros. Tenían patillas y
barbas descuidadas, hasta los hombres lampiños lucían barbas, y ni hablar de
las uñas, madrina, ¡qué uñas tan feas y espantosas!: las tenían largas y
ennegrecidas de sucio, mezcla de uñas de monje chino ermitaño con las de mecánico
de motos.
El silencio en las calles era absoluto. Los
perros no recogían en bolsita sus desechos ni tampoco los de los hombres
que eran sus mascotas, y los machos levantaban alguna de sus patas en señal de
triunfo y suerte de saludo entre ellos.
Observé muchos pajaritos volar y cantar, pero
temo que pronto no quedarán ni para foto si la hambruna y desesperación se
apodera de los zombis humanos que golpean frenéticos las santamarías de los bares
cerrados.
Fue una desagradable experiencia la que viví,
madrina. Nunca había sentido tanto miedo. No te la recomiendo, y si puedes, por
favor, dile a tus amigas que no salgan, que se queden en casa o serán
convertidas en mascotas de los perros.
Dentro de trece días saldré de nuevo a la
calle, madrina, pero lo haré disfrazado de árbol. Espero que Skynet no me
descubra, ni un perro me huela...
Intentaré unirme a la rebelión de los
sobrevivientes, el último bastión humano. Deséame suerte.
Cuídate, no salgas.
Madrid, 26-3-2020
Luis E. Marval Hidalgo (Bátrax). Rana Archives
Fantástico! Muy creativo
ResponderEliminarMuchas gracias por su comentario
EliminarRealmente da miedo pensar que podamos terminar así como especie, pero si alguna otra nos puede cuidar amorosamente son nuestros compañeros perrunos.
ResponderEliminarEspero que no, pero por si "acasóngoro, cosongo de mamey" (como decía la canción) ve practicando con el perrito, para que no te tome tan desprevenido(a). Un abrazo, y gracias dobles: por tu tiempo y tus comentarios.
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