Cuarentena. Crónica. El Planeta de los Perros.
Por Bátrax (a) Luis Enrique Marval Hidalgo.
Cuarentena. Día 13.
Querida madrina:
Ayer —por primera vez
en trece días— salí a la calle, tras la cuarentena que padecemos por la COVID-19.
Fui al supermercado y debo contarte cosas que erizan la piel. Conseguí un planeta
diferente al que recordaba de antes de la encerrona a la que nos sometieron por la pandemia.
No
había vestigios de civilización humana, madrina, era: El Planeta de los Perros.
Los perros, tras una
rebelión liderada por su líder, Pluto, tomaron el control de la ciudad, de la civilización, y ahora
ellos —como amos absolutos del planeta— son quienes sacan a pasear a los humanos sobrevivientes; sus ahora mascotas.
Los pocos seres humanos que vi lucen como
autómatas. Van amarrados a la cadena o a la correa del perro, se esquivan unos a
otros y no se hablan entre sí, temerosos. Supongo que estos escasos
sobrevivientes de la raza humana que se observan circulando perdieron la capacidad del habla.
También vi poquísimos carros
y furgonetas circulando, pero sí estaba un helicóptero circunvolando, pero seguro que es de la empresa Skynet (la que según las películas futuristas controlará al mundo con robots) que patrulla para liquidar
al género humano rebelde que no esté siendo controlado por los perros.
Madrina, vi mujeres
sin maquillaje... ¡horribles!: llevaban la mirada perdida, el cabello largo, descuidado,
sin corte, pestañas reales sin rímel, labios sin pintura labial. Vestían ropas que no
combinaban, tenían uñas y cutículas largas, e incluso no usaban perfume. Esas
son mujeres zombis, sobrevivientes, desquiciadas ante la imposibilidad de
conseguir manicuristas, tintes para sus cabellos, peluqueras a domicilio ni alguna
peluquería abierta. Eran autómatas con la vista perdida. Espantoso, madrina,
¡qué miedo da verlas!
Por su parte, los
hombres, eran o bien barrigones (por la comedera durante la cuarentena) o magros, fláccidos, con ropa que le quedaba grande e iban encadenados a los perros.
Tenían patillas y barbas descuidadas. Hasta
los hombres lampiños lucían barbas, y ni hablar de las uñas, madrina ¡qué uñas tan feas y espantosas!: las tenían largas y ennegrecidas de sucio, mezcla de uñas de monje
chino ermitaño con las de mecánico de motos.
El silencio en las
calles era absoluto. Los perros no recogían en bolsita sus desechos ni tampoco los de los hombres que eran sus mascotas, y los
machos levantaban alguna de sus patas en señal de triunfo y suerte de saludo entre ellos.
Observé muchos
pajaritos volar y cantar, pero temo que pronto no quedarán ni para foto si la hambruna y
desesperación se apodera de los zombis humanos que golpean frenéticos las santamarías
de los bares cerrados.
Fue una desagradable experiencia la que viví madrina. Nunca había sentido tanto miedo. No te la recomiendo, y si puedes, por favor, dile a tus amigas que no salgan, que se queden en casa o serán convertidas en mascotas de los perros.
Dentro de trece días saldré de nuevo a la
calle, madrina, pero lo haré disfrazado de árbol. Espero que
Skynet no me descubra, ni un perro me huela...
Intentaré unirme a la rebelión
de los sobrevivientes, el último bastión humano. Deséame suerte.
Cuídate, no salgas.
26-3-2020
Bátrax. Rana Archives
Fantástico! Muy creativo
ResponderEliminarMuchas gracias por su comentario
EliminarRealmente da miedo pensar que podamos terminar así como especie, pero si alguna otra nos puede cuidar amorosamente son nuestros compañeros perrunos.
ResponderEliminarEspero que no, pero por si "acasóngoro, cosongo de mamey" (como decía la canción) ve practicando con el perrito, para que no te tome tan desprevenido(a). Un abrazo, y gracias dobles: por tu tiempo y tus comentarios.
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